Año II después del coronavirus
El covid-19 ha cambiado para siempre nuestro mundo. Y aunque esta enfermedad parece sacada de la retorcida mente de un guionista (si no las has visto aún, échale un vistazo a la película Contagio, de Soderbergh), lo cierto es que las epidemias han acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La buena noticia es que todo esto pasará y, cuando termine, seguro que contaremos con aprendizajes y conocimientos que nos permitirán afrontar nuevos retos y mejoras en nuestras ciudades. O, al menos, deberíamos, por nuestra salud física y mental.
Otras plagas históricas
Cuando una enfermedad se propaga dentro de una zona específica, estamos ante una epidemia. Si esa enfermedad se extiende en más de un continente y los contagios no son importados, sino que se dan entre los miembros de la misma comunidad, estamos ante una pandemia. El término pandemia proviene del griego “pan” (totalidad) y “demos” (pueblo): “todo el pueblo”. Precisamente fue en Grecia, en el 430 antes de Cristo, cuando Atenas sufrió una terrible plaga que acabó con un tercio de sus habitantes. Casi mil años después, en el siglo VI, la peste casi terminó con el Imperio bizantino, matando al 40 % de la población.
No hay pandemia que por bien no venga
Como se puede apreciar, las enfermedades infecciosas siempre han estado ahí, pero, paradójicamente, en muchos casos han contribuido a hacer del mundo un lugar mejor. Por ejemplo, la peste bubónica del siglo XIV trajo importantes beneficios laborales. De hecho, su elevada mortandad aumentó la demanda de mano de obra. Por primera vez, los salarios se incrementaron y mejoró la economía y la calidad de vida de los supervivientes.
Otro ejemplo. Entre 1918 y 1920, mientras el mundo estaba en guerra, un enemigo silencioso y letal, la gripe española, que no entendía de banderas, acabó con la vida de entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo. Como la mayoría de los hombres en edad de combatir estaban en el frente, las mujeres accedieron a puestos que tradicionalmente habían estado reservados exclusivamente a los hombres, demostrando que podían desempeñar las mismas funciones tan bien como ellos (incluso mejor en muchos casos).
Ya en los 80 del siglo pasado, el VIH sirvió para reflexionar sobre las condiciones de la comunidad LGTBI en el mundo y la importancia de la educación sexual. Además, impulsó la participación de asociaciones civiles y la coordinación entre la industria farmacéutica, los gobiernos y la Organización Mundial de la Salud. Probablemente, esta estrecha colaboración es la que ha permitido hoy desarrollar una vacuna eficaz para el covid-19 en tiempo récord.
Y hablando de covid-19, ¿tendrá algún efecto positivo a medio o largo plazo en nuestra sociedad? De momento, esta pandemia ha confirmado las desigualdades de nuestras sociedades y la necesidad de aminorar las deficiencias de los sistemas de salud. Y es que, en un mundo tan globalizado, es imprescindible garantizar el acceso universal a las vacunas. Por eso, se espera que los países destinen un 1 % adicional de su PIB para invertir en salud. Ojalá este pueda ser el caso en los países en desarrollo como México y Latinoamérica y no solo en las principales potencias económicas. Un 1% parece poco, pero podría salvar 60 millones de vidas y alargar la esperanza de vida unos 3,7 años en los países más desfavorecidos. ¿Quién sabe? Puede que, como en pandemias anteriores, el covid-19 sirva para construir un mundo más equitativo, responsable y sostenible.